El pasado martes 23 de febrero murió, tras 83 días en huelga de hambre, el ciudadano cubano Orlando Zapata. El acontecimiento enseguida fue recogido en los principales titulares de los medios de comunicación de todo el mundo, pocos, sin embargo, expusieron los motivos de la condena de dicho ciudadano ni, tampoco, los argumentos que alegaba para mantener la huelga de hambre que acabaría con su vida, arriesgándose; eso sí, a calificar al ciudadano de preso político. ¿Por qué los medios han dado tan poca información sobre Zapata? Posiblemente sea más sugerente dibujarle como un preso político comprometido con los derechos de su pueblo, en lugar de ceñirse a los hechos reales:
Orlando Zapata cumplía condena por recibir dinero de un organismo extranjero para perjudicar la autoridad del estado, siendo por consiguiente, un preso común y no de conciencia. El preso mantuvo la huelga de hambre con el objetivo de conseguir mejoras carcelarias individuales, como, por ejemplo, disponer de teléfono y cocina en su celda. Éste era el verdadero Zapata: ni más, ni menos. Un ciudadano que se ató de pies y cabeza a los intereses del imperialismo por un puñado de dólares y que recibió el castigo de la justicia en lugar de la tierra prometida. Su muerte nos estremece a todos.
La Revolución Cubana ha conseguido logros incomparables pero el trágico final de Orlando Zapata nos recuerda que tiene aún asignaturas pendientes. Mientras quede una sola persona en Cuba dispuesta a vender su vida y su muerte por bienes materiales, Cuba tendrá asignaturas pendientes. Es cierto, hay que admitirlo, en Cuba el hombre nuevo se demora, pero no olvidemos que en Washington y en Miami, mercadean con conciencias y gozan de los muertos.