dimecres, 25 d’abril del 2012

La incertidumbre de Keynes en tiempos de crisis


Cuando se celebraron 70 años de la publicación de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, todo hacía pensar que la obra y pensamiento de John Maynard Keynes había quedado relegado al estudio del pasado y que poco tenía ya para decir el viejo Keynes. La economía neoclásica se había consolidado como hegemónica en la investigación económica y sus recomendaciones habían penetrado en las políticas de la mayor parte de gobiernos e instituciones constituyéndose en ese dichoso mainstream que tanto gusta recordar a unos y otros. La economía crecía a medida que los mercados se iban integrando, el desempleo bajaba y sólo unos pocos cuestionaban ese proceso que pasó a llamarse como “globalización”. ¿Se acuerdan del término? Lo encontrábamos hasta en la sopa, como hoy encontramos “austeridad”, pero no adelantemos acontecimientos. Todo hacía pensar que la clásica batalla de Keynes vs Hayek acabaría decantándose del lado del austríaco:


Pero en 2007 estalló la crisis financiera y con ella, el paradigma de la autorregulación de los mercados que preconizaba la escuela neoclásica. El número de citas de Keynes en el New York Times se triplicó pasando de 21 en 2006 a 61 en 2008. El fenómeno no era aislado; en ese mismo período en el francés Le Monde, las citas de Keynes pasaron de 17 a 58 mientras que en el alemán Spiegel pasaron de 8 a 30. ¿Somos, otra vez, todos keynesianos[1]?

Para responder a esta pregunta puede ser útil recordar cuál es el problema que trató de resolver Keynes: el desempleo. Mientras escribía su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, el Reino Unido sufría un desempleo masivo; de modo que podría ser natural que el aumento del desempleo produjera un aumento en el interés por la obra de Keynes. El siguiente gráfico nos da la razón:

Cuando sube el desempleo, sube el número de artículos en NYT que citan a Keynes. De hecho, si hacemos una regresión del número de artículos respecto al desempleo obtenemos el siguiente resultado: por cada punto porcentual que sube el paro en Estados Unidos, el NYT publica 9 noticias más citando a Keynes[2]: A nadie debería extrañarle, por tanto, el retorno de Keynes en la crisis surgida del colapso financiero de 2007-2008.




Más allá de constatar la vigencia de Keynes, puede ser interesante centrarnos también en caracterizar aquellas cuestiones de su pensamiento que pueden resultar más útiles para comprender la crisis económica. Entre las distintas cuestiones que propone Robert Skidelsky en su artículo “The Relevance of Keynes”, destacaremos el papel de la incertidumbre. Sería exagerado afirmar que las demás cuestiones propuestas en el artículo de Skidelsky como el debate sobre el estímulo, la reforma del sistema monetario internacional, la nueva economía política keynesiana o el estado de la economía, son un simple corolario del papel de la incertidumbre. Sin embargo, la incertidumbre es una cuestión central como trataremos de demostrar a continuación.

Una de las causas más repetidas sobre la crisis actual es que los agentes  no calcularon bien el riesgo de las operaciones financieras que estaban ejecutando ya sea por las malas prácticas de éstos, por ejemplo, ocultando información sobre las mismas (las famosas hipotecas subprime o, más explícitamente, basura), ya sea por la negligencia de los gobiernos. Detrás de esta línea argumental subyace la discutible idea, según la cual, el riesgo no sólo puede calcularse bien sino que se le puede asignar un valor monetario probabilístico à la Black-Scholes.

Para Keynes, en cambio, hay situaciones a las que no se les puede dar un valor monetario probabilístico, por la sencilla razón que las probabilidades no siempre son posibles de medir y a estas situaciones les llama incertidumbre. Habrá quien le discuta la falta de formalidad pero conviene recordar que la primera obra del joven Keynes fue precisamente su Tratado sobre probabilidad y que la teoría matemática sobre la que se fundamenta la teoría de la probabilidad moderna es la teoría de la medida y ésta a principios del siglo XX ya demostró que existían conjuntos no medibles y, por consiguiente, a los que no se les podía asignar ninguna probabilidad.

Para Keynes, por lo tanto, la incertidumbre no es producto de la falta de información de los agentes que no les permitiría calcular correctamente las probabilidades, si no la naturaleza misma del comportamiento de unos agentes cuyas acciones  “depend on spontaneous optimism rather than mathematical expectations, whether moral or hedonistic or economic. Most, probably, of our decisions to do something positive, the full consequences of which will be drawn out over many days to come, can only be taken as the result of animal spirits – a spontaneous urge to action rather than inaction, and not as the outcome of a weighted average of quantitative benefits multiplied by quantitative probabilities”[3].

Las consecuencias teóricas son evidentes: si asumimos que es posible asignar un valor probabilístico a las posibles situaciones, los agentes económicos serán capaces de anticiparse a las mismas. A efectos prácticos, que estas anticipaciones sean más o menos acertadas o sea, que la varianza de las probabilidades sea menor o mayor, tiene poca importancia desde el punto de vista de la teoría económica, puesto que en términos agregados, la actuación será la esperada. Esta asunción nos lleva de forma natural, a la teoría de expectativas racionales introducida por John F. Muth y popularizada por Robert Lucas.

La cuestión de cómo se forman las expectativas no es baladí puesto que las expectativas determinan las acciones de todos los agentes económicos. Con expectativas racionales, los agentes esperarán aquello que acabará sucediendo. El papel de la regulación en un escenario semejante solo puede ser empeorar las cosas. La realidad, sin embargo, a veces es tozuda y la crisis económica llegó precisamente en un contexto económico cada vez más desregularizado. Y llegó aunque Lucas afirmara en 2003 que “macroeconomics in this original sense has succeeded: Its central problem of depression-prevention has been solved, for all practical purposes, and has in fact been solved for many decades.”[4].

Recuperar a Keynes hoy significa, por tanto, recuperar el misterio de la incertidumbre frente la seguridad del riesgo. No se trata de controlar el riesgo abogando por una mayor transparencia de los activos financieros o por unas mejores aptitudes de los reguladores bancarios y de los políticos. Se trata de asumir que los agentes económicos no calculan qué pasará en el largo plazo porque es imposible saberlo y que por tanto los Estados deben jugar un papel más activo.

Notas:
[1] “We are all keynesians now” es una famosa frase atribuida a Milton Friedman en 1965.
[2] Notemos, sin embargo, que la regresión efectuada puede presentar el problema de omisión de variables.
[3] Keynes (1936).
[4] Lucas (2003)


Referencias:
Lucas, Robert (2003). Macroeconomic priorities, American Economic Review, vol. 93, pp. 1–14.
Skidelsky, Robert, 2011. The relevance of Keynes. Cambridge Journal of Economics 35, 1-13
Keynes, John M., 1936. The General Theory of Employment, Interest and Money. London. Macmillan. pp. 161-162.



dijous, 12 d’abril del 2012

Becas universitarias: ¿por rendimiento académico o por renta familiar?


¿Es positivo vincular las becas universitarias al rendimiento académico? Planteada así, la propuesta del ministro Wert parece acertada. Al fin y al cabo, es justo exigir a los estudiantes que cumplan con sus obligaciones cuando disfrutan de una educación sufragada por el conjunto de la sociedad. Si una persona no tiene las aptitudes necesarias para cursar una carrera universitaria, es ineficiente asignarle recursos públicos para que lo haga, más aún en un contexto de crisis económica como la que sufre España en la actualidad. Sucede, sin embargo, que las becas no sólo afectan a quien las está disfrutando sino también a quien tendría expectativas de disfrutarla y, desde ese punto de vista, la propuesta de Wert es mucho más discutible. Veámoslo.

Cuando un estudiante valora la posibilidad de cursar o no estudios universitarios tiene en cuenta varios factores. Tenemos, por un lado, el interés por el objeto de estudio (educación como consumo) y, por el otro, el análisis de costes y beneficios (educación como inversión).  Estos factores no afectan por igual a toda la población; según un estudio del Institute for Employment Studies, los estudiantes de clases sociales más bajas tienden a valorar más la educación como inversión[1]. Una modificación del sistema de becas supone una alteración de los costes de modo que nos centraremos en el análisis de costes y beneficios.

En toda decisión sobre un rendimiento futuro las expectativas juegan un papel relevante. Condicionar la renovación de las becas al rendimiento académico implica que el estudiante que está pensando si ir o no ir a la Universidad, formará unas expectativas sobre las opciones que tiene de cumplir las exigencias académicas establecidas para la renovación de la beca. Se podría argumentar que esto es positivo puesto que no tiene sentido que la universidad se llene de estudiantes incapacitados pero este argumento olvida que las expectativas no son objetivas sino que son subjetivas. De hecho, siempre según el estudio citado, los estudiantes de clases sociales más bajas tienen menor confianza en su capacidad para tener éxito en la educación superior que los de las clases sociales más altas. Tenemos, por tanto, que los estudiantes de clases sociales más bajas tendrán mayor tendencia a pensar que no les será renovada la beca cuando toman la decisión de realizar o no carrera universitaria.

Por si esto no fuera suficiente, los estudiantes de clases sociales más bajas tienen también más adversión al riesgo de endeudarse. El motivo es simple: el monto total de la deuda derivada de cursar estudios universitarios supone una cuantía mayor en proporción con la renta familiar. Además, los más “valientes” tienen que lidiar con la severa escasez de crédito que caracteriza la situación económica española actual. Esta mayor adversión al riesgo de la deuda amplifica el impacto de la menor confianza en el rendimiento propio de los estudiantes de rentas más bajas.

Hemos visto, en definitiva, que los programas de becas condicionados al mérito académico pueden provocar una barrera social para la entrada a la Universidad. Conviene notar que esta barrera no implica, ni siquiera, premiar a los estudiantes con mayores méritos académicos puesto que los motivos que les impiden entrar a la universidad son la falta de confianza y la falta de recursos económicos. Teniendo en cuenta el papel que juegan los estudios en la conformación de los salarios, la propuesta del ministro Wert daría argumentos a los defensores de la Escuela Radical.

Para concluir, recordaremos que la política de becas no debería tener como principal objetivo premiar a los estudiantes por su rendimiento académico sino garantizar el derecho de todos los ciudadanos a la educación superior tal y como aprobó la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la Resolución 2200. Las personas con rentas más altas, incluso aquellas con expedientes académicos brillantes, no condicionan la realización de estudios universitarios a la obtención o no de una beca; de modo que el programa de becas por mérito no supone un incentivo para que estudien y se trata, sencillamente, de una transferencia de dinero público a las familias con mayor poder adquisitivo.


[1] Connor H, Dewson S, with Tyers C, Eccles J, Regan J, Aston J. Social Class and Higher Education issues affecting decisions on participation by lower social class groups. Research Report RR267, Department for Education and Employment, March 2001.